La publicación de Borges babilónico, una enciclopedia de más de 600 páginas sobre la vida y la obra de JLB, es la manera que faltaba para leerlo: un recorrido de la A a la Z con 1.220 entradas. Ejemplos, enseñanzas y paradojas de una vida.

“Me pregunto: ¿a quién se le encarga, en un diccionario sobre Borges, la entrada ‘Borges, Jorge Luis’?”, me dice en esta entrevista Jorge Schwartz, el director del proyecto.

Plus: se reedita la biografía Borges, vida y literatura, de Alejandro Vaccaro, coleccionista mayor de Borges y gran enemigo de María Kodama.

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Hace dos semanas, de paso por la ciudad de Córdoba, descubrimos una librería excepcional: Postales Japonesas. Tiene libros nuevos y usados, y además editó algunos, y digo “excepcional” por todo lo que había ahí, en sus estanterías sencillas de madera. No era una cantidad infinita de libros, sino una selección muy atenta a lo que hay que tener (seguramente eso trajo buenas consecuencias, y ahora la librería acaba de mudarse a un local más grande). En Postales Japonesas vi los libros de una generación —de una generación de lectores, no de autores— y entre todos esos, Atlas, de Borges “con la colaboración de María Kodama”.

Es un libro curioso: el único libro de crónicas de viaje de Borges, original de 1984, lo que significa que, a sus 85 años, Borges decide codearse con los Theroux, con los Chatwin.

“María Kodama y yo hemos compartido con alegría y con asombro el hallazgo de sonidos, de idiomas, de crepúsculos, de ciudades, de jardines y de personas, siempre distintas y únicas”, escribe en el prólogo. Es la recta final de la vida de Borges y está llena de movimiento: Venecia, Recoleta, Japón, Grecia, California, Alemania.

Creo que la aparición en un viaje de este libro de viajes fue una buena entrada a estos días borgeanos.

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Son días borgeanos porque ahora hace cien años que salió Fervor de Buenos Aires, que es el primer libro de Borges y que tiene 45 poemas sobre la ciudad. En 1969 hicieron una reedición corregida y Borges escribió en el prólogo: “[H]e sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente —¿qué significa esencialmente?— el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo; los dos descreemos del fracaso y del éxito, de las escuelas literarias y de sus dogmas; los dos somos de Schopehauer, de Stevenson y de Whitman”.

Encontré alguna curiosidad sobre ese libro en la biografía Borges, vida y literatura (recién reeditada), de Alejandro Vaccaro, coleccionista mayor de Borges, presidente de la Fundación El Libro y de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) —y además, enemigo judicial de María Kodama—:

“Durante sus asiduas visitas a las oficinas de la revista Nosotros, [Borges] había observado que otras personas, en su mayoría intelectuales y escritores, dejaban sus abrigos colgados en el guardarropa. Borges concurrió una tarde con medio centenar de ejemplares [de Fervor de Buenos Aires] y antes de que esbozara una palabra Alfredo Bianchi, corresponsable de la edición de la revista, le espetó entre asombrado y divertido: “¿Espera Usted que yo le venda esos libros…? No —contestó Borges— aunque yo lo escribí, no soy un lunático; pensé que podía pedirle que deslizara algunos de estos ejemplares en los bolsillos de los sobretodos que están colgados allí”. Bianchi aceptó de muy buena gana y, de esa forma, válidamente ingeniosa, [Borges] había dado a conocer su trabajo al mundo intelectual de Buenos Aires.”

En la Feria del Libro de Buenos Aires —que continúa hasta el 15 de mayo— hay un homenaje a Fervor de Buenos Aires, y parece interesante.

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Pero creo que lo más emocionante para nosotros los borgeanos es la publicación de Borges babilónico (Fondo de Cultura Económica), una enciclopedia de más de 600 páginas sobre la vida y la obra de JLB.

Esta es la manera que faltaba de leerlo, y es obviamente muy borgeana: un recorrido de la A a la Z —de “1910, el año del cometa y del Centenario”, pasando por los versos “A fair field full of folk”, los nombres “Dabove, Santiago” o “Keaton, Buster”, los términos “memoria” y “censura”, los lugares “Jardín Botánico” o “Buenos Aires”, hasta “Zunz, Emma”—, con 1.220 entradas.

Con la dirección de Jorge Schwartz —investigador y profesor emérito de la Universidad de San Pablo—, 75 colaboradores entre los que están Alberto Manguel, Abel Posse, Beatriz Sarlo, Daniel Balderston y Edgardo Cozarinsky escribieron cada una de esas entradas que, quizás, sea mejor leer en orden y sin necesidad de consulta.

Schwartz me cuenta que el proyecto empezó con alumnos de literatura hispanoamericana e historia de América de la Universidad de San Pablo, como una Guía Borges para Brasil. Fueron inicialmente dos años de seminarios para elegir el vocabulario que sería más adecuado para el público brasileño.

“Un proceso totalmente subjetivo”, dice Schwartz, “llegamos inicialmente a un número absurdo de 7.000 términos que hubo que reducir a 1.000. Hubo colaboradores de una única entrada y otros que llegaron a hacer 50. Todas supervisadas. La edición argentina viene ‘engordada’ con unas 15 entradas de nuevos colaboradores”.

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—¿Qué lugar ocupa la enciclopedia, en tanto objeto cultural, en el universo de Borges?
J. Schwartz:—La entrada “enciclopedias” de Daniel Balderston en la página 214 es insuperable. A ella se le suma la entrada “Biblioteca”, de Alberto Manguel, en la página 110. Son dos entradas que se complementan. Por un lado Borges era lector de enciclopedias, y nos invita a que la leamos de forma secuencial y no sólo para consulta. Lo cito: “El hecho de que el género literario que yo prefiera sea la enciclopedia se debe a varias razones. Una, que es honrosa: mi haraganería. Pero la más importante de todas, quizá sea esta: la cuota de sorpresa, de suspenso, como se dice ahora, que hay en las enciclopedias. En un libro uno sabe que le espera tal o cual cosa de acuerdo al tipo de libro que haya elegido. Esto no sucede en una enciclopedia, ya que está regida por el orden alfabético que sencillamente es un desorden, sobre todo si uno piensa en los temas”. La enciclopedia como tema de sus ficciones aparece en “Tlön, Uqbar, Orbis Terius”, con la 11ª edición de la Enciclopedia Británica. Es uno de sus cuentos más célebres.

—¿Y qué entradas de Borges babilónico deben ser leídas sí o sí?
—Como director del proyecto, no quiero ser imparcial con los 75 colaboradores. En todo caso, me pregunto: ¿a quién se le encarga, en un diccionario sobre Borges, la entrada “Borges, Jorge Luis”? Me atrevo a afirmar que la más original de todas las entradas se encuentra en la página 122, “Borges, Jorge Francisco Isidoro Luis”, redactada por el propio Borges (que se convierte así en uno de los colaboradores) y que fue publicada como “Epílogo” en las Obras Completas de 1974, la biblia de todos los lectores de Borges en aquel momento. Esta entrada sobre sí mismo está destinada a ser publicada en Chile, en la imaginaria Enciclopedia Sudamericana cien años más tarde, o sea, en 2074. Se trata, en realidad, de un resumen magistral de su vida y obra a los 75 años de edad. En ella la primera jugarreta está en su propio nombre: “Borges, José [sic] Francisco Isidoro Luis”.

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BORGES, JOSÉ [sic] FRANCISCO ISIDORO LUIS: Autor y autodidacta, nacido en la ciudad de Buenos Aires, a la sazón capital de la Argentina, 1899. La fecha de su muerte se ignora, ya que los periódicos, género literario de la época, desaparecieron durante los magnos conflictos que los historiadores locales ahora compendian. Su padre era profesor de psicología. Fue hermano de Norah Borges (g. v.) [v.]. Sus preferencias fueron la literatura, la filosofía y la ética. Prueba de lo primero es lo que nos ha llegado de su labor, que sin embargo deja entrever ciertas incurables limitaciones. Por ejemplo, no acabó nunca de gustar de las letras hispánicas, pese al hábito de Quevedo […]

Le agradaba pertenecer a la burguesía, atestiguada por su nombre. La plebe y la aristocracia, devotas del dinero, del juego, de los deportes, del nacionalismo, del éxito y de la publicidad, le parecían casi idénticas. Hacia 1960 se afilió al Partido Conservador, porque (decía) ‘es indudablemente el único que no puede suscitar fanatismos’.

El renombre que Borges gozó durante su vida, documentado por un cúmulo de monografías y de polémicas, no deja de asombrarnos ahora. Nos consta que el primer asombrado fue él y que siempre temió que lo declararan un impostor o un chapucero o una singular mezcla de ambos. Indagaremos las razones de ese renombre, que hoy nos resulta misterioso… [sigue]

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—¿Qué ejemplo o enseñanza o paradoja nos dejó Borges con su vida? ¿Qué es lo que nos dijo a través de los hechos y no de las palabras?
J. Schwartz:—
Pienso que Borges es una vida a ser admirada, no imitada. ¿Qué es lo que no fue palabra en Borges? Un escritor, un gran escritor, el gran escritor que no hizo de la ceguera ni una tragedia ni un instrumento es una de sus mayores enseñanzas. El estoicismo frente a la ceguera aparece magistralmente en el célebre “Poema de los dones”: “Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta demostración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche”. Sabemos que Borges era agnóstico. Transformó la ceguera en una obra de arte. En Borges los hechos contaminan las palabras. En este sentido es fundamental la entrada de Annick Louis “nazifascismo” en las páginas 406-408, donde vemos la coherente militancia política de un perfil conservador y las correcciones que hizo durante su vida; pero nada que empañase su literatura. Si llegó a elogiar dictaduras y dictadores de los cuales se arrepintió (en Argentina y Chile), esto no aparece en sus cuentos o ensayos. En realidad a Borges hay que juzgarlo por su obra, no por sus hechos, lo que la comisión del Premio Nobel no supo hacer.

En el libro Borges: El misterio esencial encontré estas palabras que JLB dijo en una conversación pública en la Universidad de Indiana, en marzo de 1980:

“Y luego, cuando perdí mi vista de lector, me dije: esto no debe significar un final. “I shall not abound”, como dijo una vez un escritor que ya debería haber nombrado a esta altura, “in loud self pity”; “no voy a compadecerme de mi mismo en voz alta”. No, me dije, esto debe ser el comienzo de algo nuevo. Y entonces pensé: voy a explorar el idioma de mis antepasados, el que hablaron acaso en Mercia o en Nortumbria (hoy llamada Northumberland); regresaré al anglosajón.”

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Pero volviendo a Atlas, ese libro de crónicas de viajes, creo que fue gracias a una columna de Mario Vargas Llosa que me enteré, hace ya unos años, de que existía. Ahora la encontré de nuevo, se titula “El viaje en globo de Borges y Kodama”, y es digna de a ser leída una vez más:

Las notas, acompañadas de fotografías, fueron escritas, la gran mayoría al menos, en los dos o tres años anteriores a la publicación. Son muy breves, primero memorizadas y luego dictadas, como los poemas que escribió Borges en su última época. Siempre precisas e inteligentes, están plagadas de citas y referencias literarias, y hay en ellas sabiduría, ironía y una cultura tan vasta como la geografía de tres o cuatro continentes que el autor y la fotógrafa visitan en ese período (bajan y suben a los aviones, trenes y barcos sin cesar). Pero en ellas hay también —y esto no es nada frecuente en Borges— alegría, exaltación, contento de la vida. Son las notas de un hombre enamorado. Las escribió entre los 83 y los 85 años, después de haber perdido la vista hacía varias décadas y, por lo tanto, cuando era incapaz de ver con los ojos los lugares que visitaba: sólo podía hacerlo ya con la imaginación.

La foto de arriba, con esa mano sobre esos ideogramas, significa mucho para mí. Una vez escribí:

En 1979, cuando visitó Japón, Borges quiso venir hasta Izumo, un territorio alejado de Tokio, de Osaka y de Kioto. Quiso experimentar el Japón de los japoneses. Al llegar, luego de andar un camino ondulante entre árboles altos, apoyó su mano en la gran puerta de entrada, enteramente labrada con escrituras, y María Kodama, su pareja, le tomó una foto. Más allá, un sacerdote lo esperaba para explicarle de qué se trataba esta religión.

Guiándome con esa fotografía busco el sitio exacto en el que Borges puso su palma. Lo encuentro luego de un rato y apoyo ahí, sobre esos mismos ideogramas sagrados, mi propia mano. Hombre y arte, dios y piedra: cualquiera que se emocione con lo que escribió ese poeta ciego debería poner su mano si llega a Izumo. Higashi me dice que cerremos los ojos y entonces sentimos el viento en el rostro y escuchamos el diálogo quimérico de los cuervos. A su regreso, Borges publicó “El forastero” en el libro La cifra. El sintoísmo: “Sabe que después de su muerte cada hombre es un dios que ampara a los suyos./ Sabe que después de su muerte cada árbol es un dios que ampara a los árboles”.

… Y esta es la foto de mi mano, en el mismo exacto lugar:

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Javier