Apocalipsis Now nos mostró el horror y la alienación de la Guerra de Vietnam. NAM: Primer pelotón, la serie que emitía Telefé, estetizó las emboscadas y los fusiles de asalto M16. En un raro momento de calma en la selva boliviana, el Che Guevara escribió la épica guerrillera de «Crear dos, tres… muchos Vietnam».
Y sin embargo conocemos tan poco sobre el lado humano de esa guerra… Ahora Em, un libro de la autora vietnamita canadiense Kim Thúy, echa luz a la oscuridad. “Podemos detenernos y escuchar la verdad del otro”, dice ella en esta entrevista con SIE7E PÁRRAFOS. “Una historia posee muchas caras, y todas tienen algo de razón”.
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Kim Thúy, una escritora que nació en un hogar acomodado de Saigón en 1968, que dejó su país a los diez años en un bote de emergencia —abandonando las riquezas materiales, y en realidad abandonando lo que hasta entonces había sido su mundo—, que sufrió durante algunos meses las condiciones críticas del campo de refugiados de Kuantan, en Malasia, que por fin logró hallar una salida hacia Canadá junto a su familia y que ahora reside en Montreal, escribió en Em una historia de destinos y vidas cruzadas, basada en hechos reales.
Em hace un recorrido extraordinario: comienza con los colonos del caucho, atraviesa las batallas, la masacre de My Lai y la evacuación caótica de Saigón, y culmina en los salones de manicuras, un negocio impulsado por las mujeres vietnamitas emigradas. Es el cuarto libro que Kim Thúy dedica a lo que le dejó Vietnam (Ru, el primero, la llevó a las traducciones y a los premios); también ha publicado otros sobre autismo (por uno de sus hijos) y sobre cocina (luego de trabajar como traductora y como abogada, esta mujer —cuya vida es bastante sobresaliente— tuvo un restaurante de comida vietnamita).
Hablé por teléfono con ella hace unos días: Kim Thúy es una persona que se ríe muy seguido y que tiene unas cuantas preguntas sobre el sentido de la vida. No sé si busca las respuestas, o si cree que podría llegar a encontrarlas. Pero, sin dudas, posee una abundancia de espíritu muy especial.
“Mi madre dice que cuando nacemos somos como un diamante en bruto”, me contó, “y cada vez que conocemos a alguien, o que tomamos un desafío, o que nos encontramos en una situación inesperada… cada vez que ocurre algo de eso, se pule un poco más el diamante. Y porque se pule, adquiere luz. Cada día en mi vida mucha gente pule mi diamante, y a mayor cantidad de pulido, más luz recibe el diamante y más luz refleja. Así veo mi vida yo”.
Em es un diamante: un libro lleno de dolor, pero también de belleza. Y de poder, y de luminosa poesía. Te deja al borde de las lágrimas, o bien limpiándotelas con un pañuelo. No hay buenos ni malos. La tesis de Kim Thúy es que hasta en las pesadillas alguien puede revelarse y hacer el bien: como ese piloto de helicóptero (estadounidense) que, ya marchándose de My Lai y contradiciendo órdenes, rescata a una niña viva (vietnamita) de entre una montaña de cadáveres. Para todo esto, Kim Thúy no necesita más de 163 páginas con capítulos muy breves. Y es lo mejor que leí en mucho, mucho tiempo: me dejó en shock.
Un extracto del principio:
“Voy a contaros la verdad, o al menos historias verdaderas, pero de forma parcial, incompleta, aproximada, porque me es imposible recrear los matices del azul del cielo justo cuando el marine Rob leía una carta de su amada, mientras que, en ese mismo instante, el rebelde Vinh escribía la suya en un momento de tregua, de falsa calma. ¿Era un pálido azul maya o más bien un cerúleo azul Francia? ¿Cuántos kilos de harina de mandioca había en el recipiente en el que el soldado John descubrió la lista de insurgentes? ¿Estaba recién molida la harina? ¿Cuál era la temperatura del agua cuando el señor Út fue arrojado al fondo del pozo antes de ser quemado vivo por el lanzallamas del sargento Peter? ¿Pesaba el señor Út la mitad que Peter, o dos tercios? ¿Fue la comezón de las picaduras de mosquitos la que desquició a Peter?”
Libros de Kim Thúy:
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“Yo no tenía idea de lo que estaba haciendo”, me dijo Kim Thúy cuando le pregunté por el trabajo de escribir Em. Todo empezó con una foto [] que vio quince años atrás, de una niña pequeña en una caja, con un bol vacío y un niño al lado.
“Esa foto me entristeció muchísimo, es la miseria humana en su peor nivel: niños abandonados, vestidos con harapos, echados en la calle. Me impresionó. Cuando la volví a ver, me di cuenta de que el niño está rodeando la caja con su mano, y la niña pequeña también tiene una mano estirada hacia él. Para mí eso es amor puro. De todas las formas de amor que conocemos, esa es la más pura: bajo las peores condiciones aún había amor, y quizás el amor era lo que mantenía vivos a esos dos niños. ¡Dios mío, pensé, en esa foto están las contradicciones más grandes!”.
- ¿Investigaste quiénes eran esos niños?
Sí, y encontré que la niña pequeña fue adoptada en los Estados Unidos, que tuvo una vida normal; de alguna manera, una segunda chance. Pero no encontré nada sobre el niño. Nada. Y se me rompió el corazón… ¿Qué le habrá pasado? ¿Habrá sobrevivido? ¿Habrá sido adoptado él también? Y así fue como pensé que debía escribir este libro para rendirle un homenaje al niño. Después estaba la cuestión de cómo esa niña pequeña habría llegado a los Estados Unidos, y así fue como conocí la Operación Babylift. Y todo está relacionado, entonces me pregunté: ¿cuál sería el trabajo de él si estuviera en los Estados Unidos? Decidí que fuera en los salones de manicuras. Empecé a investigar eso, y encontré un millón de historias, por supuesto. Así trabajé. Me despertaba y escribía sin plan, ansiosa por saber qué ocurriría en cada capítulo.
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La pregunta más importante que se le puede hacer a un autor es: ¿por qué escribe? Kim Thúy me respondió: “El único propósito de mi vida es compartir alegría y belleza”.
Para ella, Em se trata de eso y de recordarnos que nacemos crueles, envidiosos, rencorosos; en fin, no demasiado buenos, pero podemos cambiar y ser amables y generosos. Podemos elegir. “Y ciertamente podemos detenernos y escuchar la verdad del otro”, dijo. “En este libro quise decir que una historia tiene muchas caras, y usualmente todas tienen algo razón. Este es el problema”.
- Respecto a eso, ¿cómo ves hoy, en perspectiva, la Guerra de Vietnam?
Creo que la lección que dejó es que deberíamos temer a nuestra propia inteligencia. Por ejemplo, el agente naranja fue diseñado para quemar la jungla y hacer aparecer a los soldados que se ocultaban en ella. El hombre que inventó ese químico era un genio. Pero entonces los vietnamitas, también inteligentes y resistentes, dijeron: pueden quemar todo el follaje, pero nosotros sobreviviremos cavando túneles. Luego los americanos bombardearon y destruyeron los túneles, que tenían dos metros de profundidad. ¿Saben qué?, dijeron los vietnamitas, podemos ir más abajo. Y cavaron túneles de nueve metros. Los americanos respondieron: ustedes pueden esconderse en túneles, pero aún así tienen que comer y nosotros vamos a quemar su arroz con pesticidas. Pero el arroz era resiliente y volvía a crecer. Los americanos, sagaces de nuevo, dijeron: ustedes necesitan agua para que el arroz crezca, así que vamos a secar la tierra. ¿Ves el gradualismo? Más y más y más y más… Estamos condenados por nuestra propia inteligencia. Diría que la Guerra de Vietnam demuestra que somos más inteligentes de lo que podemos tolerar.
- ¿La inteligencia es un arma de doble filo?
Sí. Debemos cooperar para no utilizarla en favor de la crueldad. La Guerra de Vietnam no es solo acerca de Vietnam: lo que pasó en la evacuación de Kabul fue similar. No aprendimos nada en 45 años. Sin embargo, la buena noticia es que los seres humanos no hemos mutado… [se ríe]
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- En una conferencia dijiste que Marguerite Duras te influenció mucho, y también Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O’Brien (una mirada muy honesta sobre la Guerra de Vietnam). Pero ¿cómo fue que aprendiste a escribir?
Fui muy afortunada de nacer en una familia con un montón de libros. Pero con los comunistas, todos esos libros fueron considerados antirrevolucionarios y si nos descubrían, podíamos ser detenidos. Era complicado. Cuando llegamos a Canadá, éramos muy pobres y no podíamos comprar libros porque antes teníamos que comer y enviar dinero a Vietnam para nuestra familia. Hasta los 7 años tuve un gran amor por la lectura, mucho después, ya en Canadá, leí El amante, de Marguerite Duras. Mi tío, que era un poquito mayor que yo, me dijo que debíamos comprarlo. Era muy caro para nosotros, costaba 15 dólares.
- Pero lo compraron…
Sí. Lo leímos juntos y él me explicaba por qué era un libro hermoso. Mi madre me decía que la mejor manera de aprender un idioma era de memoria, así que me lo aprendí entero. También decía que la mejor manera era haciendo dictados. Los hice, con todo el libro. Y al final yo hablaba con las palabras del libro: ¡era una chica muy rara en la escuela! Ese libro es importante para mí porque me enseñó el idioma francés y también porque me mostró por primera vez un Vietnam romántico, distinto al Vietnam de la guerra y el caos que yo conocía.
- ¿Cómo era tu casa en Saigón?
Era una sociedad en miniatura. Vivíamos en una casa de varios pisos: tíos, abuelos, primos… y mucho personal doméstico: jardineros, cocineros, las mujeres que hacían la limpieza, las niñeras. Era un ambiente muy vívido… ¡y todos hablaban tanto! Siempre había algún almuerzo de cumpleaños para 20 o 30 personas. El trabajo de mi madre era estar siempre lista por si había que ir a una gala [se ríe]. Mi padre fue profesor de filosofía, luego fue electo como miembro del parlamento y terminó trabajando en el gobierno. Nació en 1939 y nos fuimos en 1978, él tenía solo 39 años. Ahora los dos están jubilados, y viven en la casa al lado de la mía. Y están más ocupados ahora que antes: nietos, jardinería, amigos, vida social…
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- Tus capítulos son de una, dos o tres páginas. Pero con tantos temas, Em podría haber sido un libro de 500 páginas. ¿Cuál es el poder de la brevedad?
Es que no tengo suficiente vocabulario… ¡Ya hubiera yo querido hacer un libro de 500 páginas! Además en el Vietnam que yo conocí, luego de la guerra, muchas cosas no se podían decir. Mi casa se sumió en el silencio. No se nos permitía hablar. Aprendimos a decir una única palabra por vez, que debía ser suficiente. Luego, también está la influencia de Marguerite Duras: ella tampoco escribió libros largos. El amante era breve pero, Dios mío, lo decía todo. Por otro lado, mi hijo tiene autismo y casi no habla. Tengo que usar muy pocas palabras con él, y cuando él habla usa unas diez palabras. Una sola palabra puede significar muchas cosas, hay que prestarle mucha atención cuando habla. Y por último, la cultura de Vietnam: no necesitamos decirlo todo, incluso cuando uno ama a otro no expresa verbalmente todas las emociones. El idioma vietnamita es monosilábico, viene del chino. Creo que la brevedad también se debe a lo que queda de ese idioma en mi mente. Es una combinación.
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- Y finalmente, y luego de haber cruzado las vidas de un montón de personajes en Em, ¿creés que nos rige el destino o creés que nos rige el azar?
Creo en el efecto mariposa, en el que, aunque el gesto que hagas sea muy pequeño, puede tener un impacto enorme al final pero nunca lo conocerás. ¿Creo en el destino? Sí, de alguna manera, porque no hay razón para que nuestro bote [de refugiados] haya llegado a tierra y otros no, y muy frecuentemente también existe una cuestión de casualidad. Una vez que tienes tu destino, creo que debes cuidarlo. No puede uno abandonarse y ya. Yo nací con muchísimas opciones, y eso es por algo que va más allá de mí. En mi caso, cada vez que he sido arrojada a una situación, fue siempre por suerte, por buena suerte, y es increíble. Por eso tengo que creer en el destino: todo esto no es solamente mi propia creación ni mi propio esfuerzo.
- ¿Alguna buena historia para ilustrar?
Cuando yo tenía un restaurante, una mujer vino a comer. Estaba hablando de un festival de literatura. Mientras le servía la comida, el café, le llevaba azúcar, yo iba escuchando la conversación. Y al final me preguntó: “¿Conoces algún autor vietnamita?”. Le dije: “Sí, uno, pero ya está muerto”. Ella quería alguien vivo, para invitar al festival. Charlamos un poco y entonces, después de escuchar mi historia, me dijo: “Creo que deberías escribir”. Le dije: “Ah, pero no domino lo suficiente ni el inglés, ni el francés, ni el vietnamita”. Respondió: “No te preocupes, hay correctores y editores que te pueden ayudar; simplemente siéntate a escribir”. Me reí, no le creí… pero lo que me dijo se quedó conmigo. No me di cuenta en ese momento, pero despertó algo en mi mente… Y a la larga, me senté a escribir.
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Nos vemos,
Javier
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