La novela se titula Amor pero trata sobre el oficio violento de prostituirse, y está narrada en primera persona con una voz adrede confusa.
“El mundo representado en el libro es un mundo en el que se le quita todo sentido a su protagonista, y en el que se la deja sobrevivir”, me dice desde Tel Aviv la autora Maayan Eitan cuando le pregunto: ¿cómo hiciste?
Plus: el contrato por las memorias de Britney Spears se fijó en 15 millones de dólares y el libro se publicará en octubre.
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Maayan Eitan, escritora israelí con algo más de 35 años —vive en Tel Aviv, donde cursa un doctorado luego de estudiar Literatura Comparada en Michigan—, acaba de publicar en español un libro demoledor. Se titula Amor, pero de amoroso tiene, con suerte, una o dos páginas.
Amor es la historia de una prostituta joven que trabaja con el nombre de Libby —“corazón mío”, en hebreo—, y que cuenta en breves suspiros de primera persona el inframundo en el que se mueve: un lugar corporal, material, alucinado y machista.
Uno de esos breves suspiros es “Los hombres me miraban”, el quinto capítulo: una confesión inconfesable con los pedidos extraños —o desagradables— de los clientes.
Leí Amor de un tirón y me dejé fascinar por el uso químico y erótico que Eitan hace del lenguaje. Con la pericia de una laboratorista que combina y recombina moléculas en busca del veneno o del antídoto, Eitan arma y desarma episodios de la trama —episodios importantes como, por ejemplo, un asesinato: ¿ocurrió o no ocurrió?
Y así Amor —que tiene solo 106 páginas— resulta una historia lisérgica y engañosa, pero perfectamente ecualizada. The New York Times describe a la autora como “una voz nueva y audaz en la literatura contemporánea”.
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Encontré a Maayan Eitan vía mail y le hice algunas preguntas. Varias cosas me causaban curiosidad. En especial, la construcción de una voz tramposa, contradictoria y agresiva para la de la protagonista de la novela. Pero también el título de la primera parte del libro: “Putas palabras”. Frente a la historia que venimos comentando, “Putas palabras” es una muestra de astucia.
—Personalmente, ¿creés que las palabras son putas?
—Probablemente eso depende de tus pensamientos sobre las putas, ¿verdad? Creo que en Amor me interesó sobre todo cómo hacemos uso de las palabras, y del lenguaje, para no decirnos la verdad, para ocultarnos en lugar de revelarnos. En este sentido, las palabras son realmente abominables: el lenguaje, que fue creado para imitar y reflejar las realidades de manera veraz, es flexible como para hacer afirmaciones falsas, y para atravesar estas mismas realidades. Pero esto es, por supuesto, lo que hace que el lenguaje sea tan atractivo: la forma en que puede usarse para crear no solo mentiras, sino también ficción. Y con eso me refiero, por supuesto, a cuentos y libros.
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Crear una voz empática y verídica es una de las tareas más difíciles para cualquier escritor. Así sea en ficción o en no ficción, si escribís, tenés que convencer a tu lector de que en la historia vive alguien con más de una cara.
Por eso en su libro The Art of Memoir*, Mary Karr propone: “Las grandes memorias viven o mueren basándose cien por ciento en la voz. Es el sistema de entrega de la experiencia del autor: el ancho de banda que transporta con brillante claridad cada píxel de las experiencias internas y externas de alguien. Cada voz debe estar ingeniosamente diseñada para resaltar el talento individual de un escritor o su forma de ver el mundo”.
Y propone: “Puede que un escritor necesite cientos de páginas para que una forma de hablar comience a surgir para su experiencia, pero cuando lo hace, el trabajo adquiere una carga eléctrica. Para el lector, la voz tiene que existir desde la primera oración”.
*Lo estoy leyendo. Muy buen libro de un género que me encanta y que no está demasiado desarrollado en español: el memoir.
Amor es también un libro de memorias. De memorias ficticias.
—¿Cómo fue el trabajo para crear la voz de Libby, un personaje tan extremo? ¿Cuál es la ingeniería por detrás de tu literatura?
—Para mí, lo que llamas “ingeniería” cambia con cada pieza diferente de escritura, porque encuentro que diferentes voces requieren diferentes mecanismos de escritura, por así decirlo. Para Amor, creo que la principal influencia sobre la forma de la voz de Libby fue involuntaria, o no sucedió a propósito o por diseño. Tenía que ver con el hecho de que leí mucha poesía en los años durante los cuales escribí el libro, que consiste, por supuesto, en prosa o, al menos, en una especie de prosa.
—¿Hubo influencias o referencias para crear esa voz de Libby?
—Entonces, por un lado, estaba toda esa poesía que yo leía, en hebreo y en inglés, y eso me ayudó a dar forma al lirismo de la voz de Libby. Al mismo tiempo no sentía que estuviera creando mi propia versión de una historia ya definida. Aunque se puede pensar que Libby pertenece a una tradición de “mujeres al borde” que existe en ciertas tradiciones literarias modernistas, al mismo tiempo yo quería crear su historia de nuevo.
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¿Ya dije que Amor es una novela muy poderosa? Una prostituta nihilista que se dice fea, clientes que llegan a ser repugnantes, sexo duro, disparos de bala: no puede fallar, piensa uno.
Pero podría. Claro que podría. Una historia con tanta pirotecnia podría desinflarse en el cielo de la noche si estuviera escrita como una sucesión de lugares comunes. El poder de Amor está en el modo en que se cuenta el cuento: es como una serpiente enrollada y desconfiada que en algún momento te va a atacar.
Leé esto:
“La investigación policial no arrojó ninguna luz porque no hubo quien la iniciara. ¿Qué ocurrió? Una vez asesiné a un tipo que me amaba. O lo contrario: el hombre a quien amaba me mató. Le robé la pistola a mi padre. Él la usaba por seguridad. Pero yo nunca me sentía segura, de modo que le disparé. ¿A quién? Primero, a mi padre. Luego, a mi mejor amigo. Después, al hombre a quien amaba, sólo que la bala erró los tres blancos y no logré asesinar a ninguno de ellos, aunque lo dseaba. ¿El qué? Sentirme amada, protegida; sentir que era irreemplazable, a pesar de saber perfectamente que no. Así era como imaginaba que volvería a presentarme en tu puerta: en lugar de dos maletas, llevaría una mochila. Dentro habría un libro en el que se leería: somos mujeres liberadas, le dijo Ana a Molly. O tal vez, Molly a Ana.”
Toda una novela en un monólogo cocainómano te puede quemar la cabeza.
Le pregunté a Maayan Eitan por esas contradicciones que se repiten una tras otra. ¿Cómo crear sentido en el caos?
“Para mí, relatar este caos es el punto”, me dijo, “realmente no hay un sentido en el tipo de violencia que representa Amor. El mundo representado en el libro es un mundo en el que se le quita todo sentido a su protagonista, y en el que se la deja sobrevivir y vivir en una realidad sin sentido. Esta es también la causa, en mi opinión, de su nihilismo. El hecho de que la historia esté llena de contradicciones da fe de lo inconcebible que es realmente la narrativa de Libby, de lo destrozada que está su realidad”.
En un punto, Amor me hizo recordar la violencia de la película Nymphomaniac, de Lars von Trier.
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Maayan Eitan decía: “… un mundo en el que se le quita todo sentido a su protagonista, y en el que se la deja sobrevivir y vivir en una realidad sin sentido”. Y me pregunto cuánto de eso habrá en La mujer que soy, el libro de memorias de Britney Spears, que acaba de superar el tutelaje compulsivo de 13 años ordenado por un juez, según el cual ella no podía manejar su patrimonio.
Los tiempos de #FreeBritney y de este tipo de arranques en Instagram parecen haber pasado: su memoir se publicará el 24 de octubre.
El sello Gallery Books de Simon & Schuster ganó los derechos para publicarla después de que varias editoriales compitieran por hacerlo. El contrato se fijó en 15 millones de dólares, uno de los más grandes después del de los Obama.
Ni me quiero imaginar lo que será ese libro si ha sido escrito por el ghostwriter del Príncipe Harry: J.R. Moehringer, el escritor fantasma mejor pago en la industria según The New York Post y el más famoso entre los que no quieren serlo… 💣💣💣
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En la primavera de 2013, Maayan Eitan estaba de licencia en la Universidad de Michigan, donde entonces era una estudiante de posgrado que intentaba escribir una tesis doctoral en literatura comparada, y regresó a Tel Aviv, y pasó unos meses básicamente deambulando por las calles, leyendo libros en cafés y reuniéndose con amigos.
Siempre estaba escribiendo algo, pero no tenía un gran proyecto en mente. Pero una tarde Eitan abrió su computadora mientras estaba sentada en uno de estos cafés que ya no existen en el centro de la ciudad de Tel Aviv, y escribió un monólogo de tres o cuatro páginas.
Cuando terminó de escribir ese artículo, quiso seguir utilizando la voz de esta mujer y explorar su historia. Eso se convertiría en el capítulo 5 de Amor: “Los hombres me miraban”.
El libro finalmente se publicó en hebreo en 2020. “Fue difícil para mí soltar el manuscrito incluso un segundo antes de sentir que tanto la voz como la historia estaban perfeccionadas”, me dice Eitan, “y literalmente pasé años repasando los mismos párrafos cortos en un intento de hacer que ‘funcionaran’ para que ganaran el efecto exacto que tenía en mente mientras los compuse”.
—Y después de todos esos años, ¿cómo supiste que era hora de escribir “Fin”?
—Para entonces, ya había firmado un contrato con una editorial en Israel y tenía un editor, y discutimos el manuscrito juntos, aunque no recuerdo que alguna vez hayamos hablado sobre el final específicamente. Pero creo que lo que sucedió fue algo que me sucede a menudo cuando estoy trabajando en un texto, sin importar la extensión; en un momento dado, me doy cuenta de que, incluso sin planearlo, escribí la última oración. Hay algo mágico, es decir, no completamente regido por el pensamiento racional, en escribir un final. Lo escribo sin planearlo de antemano, luego tengo este tipo de sentimiento fuerte y solo sé que esto es todo, no hay nada más que decir.
“Lo miré y me marché de allí”: ese es el final de Amor.
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Este séptimo párrafo es una necrológica: Milan Kundera.
Murió el autor de La insoportable levedad del ser, cuya portada onírica en la edición de Tusquets siempre me cautivaba desde la biblioteca de la casa de mi padre cuando yo era chico.
The Paris Review lo entrevistó en 1983 y el resultado es bien interesante. En la introducción se lee:
“Nuestros encuentros tuvieron lugar en su ático cerca de Montparnasse. Trabajábamos en la pequeña habitación que Kundera usa como oficina. Con sus estantes llenos de libros de filosofía y musicología, una máquina de escribir antigua y una mesa, parece más la habitación de un estudiante que el estudio de un autor de fama mundial. En una de las paredes cuelgan dos fotografías una al lado de la otra: una de su padre, pianista, la otra de Leoš Janácek, un compositor checo al que admira mucho.
Mantuvimos varias discusiones largas y libres en francés; en lugar de una grabadora, usamos una máquina de escribir, tijeras y pegamento. Poco a poco, entre papeles desechados y tras varias revisiones, surgió este texto […]
El deseo de Kundera de no hablar de sí mismo parece ser una reacción instintiva contra la tendencia de la mayoría de los críticos a estudiar al escritor y la personalidad, la política y la vida privada del escritor, en lugar de las obras del escritor. ‘El disgusto por tener que hablar de uno mismo es lo que distingue el talento novelístico del talento lírico’, dijo Kundera a Le Nouvel Observateur.”
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Javier