Rosario Bléfari fue una figura sustancial de la escena alternativa de mediados de los años noventa. En esa época cantaba en Suárez e influenciaba a buena parte del movimiento rockero de los sótanos. Después se animó a todo: actuó en la película Silvia Prieto, escribió libros publicados por Belleza y felicidad, Mansalva y Rosa Iceberg, hizo teatro y podcasts, y salió al escenario como solista. 

“Celebré la dispersión como método a partir de cierto momento de la vida en el que me di cuenta que no estaba mal, que era una manera de hacer”, leemos en la primera página de un nuevo libro de Bléfari, Diario de la dispersión, editado por Mansalva de modo póstumo.

Bléfari murió de cáncer a los 54 años, a principios de julio de ese 2020 largo y oscuro. La noticia impactó. En mi casa, Malena Higashi, mi esposa (sobre quien leíste en esta entrega), la lloró durante varios días. 

Malena la había conocido en persona —una vez, por ejemplo, le sirvió una taza de matcha en una ceremonia de té— y la sentía muy cercana, como pasa con los artistas cuando nos tocan un pelito o el alma entera. 

En este envío de SIE7E PÁRRAFOS le pedí a Malena que lea Diario de la dispersión y después le pregunté a Francisco Garamona, editor de Mansalva, cómo fue el último proceso creativo de Bléfari.

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“Hay algo en lo limitado que resulta”
Algo acerca de Diario de la dispersión, de Rosario Bléfari.

por Malena Higashi

¿Cómo sería llevar un diario de procesos creativos? Un diario en el que la vida cotidiana se cruza con el quehacer artístico, en donde los pensamientos, los resultados y los devenires quedan documentados. Rosario Bléfari lo hizo. Llevó adelante un cuaderno, que se transformó en el libro Diario de la dispersión.

Un diario que empieza justo antes de la pandemia y que continúa luego sin fijar fechas precisas, como si todo se volviera borroso. La meticulosidad queda en las descripciones: el proceso de componer una canción, el de tejer y destejer, el de armar collages que se van de control porque se multiplican o porque las posibilidades infinitas hacen que deba tomar decisiones compositivas.

Hay momentos en que el discurrir entra en el “terreno de los actos inciertos”. Así lo escribe Rosario. Es una manera preciosa de nombrar el acto creativo. Su diario me hizo pensar mucho en la cantidad de bibliografía que hay acerca de esto que no sé cómo llamar: ¿nueva disciplina? ¿moda?, de la creatividad. Libros y libros con métodos, fórmulas, ejercicios para ablandarse y escarbar bien adentro para sacar a la luz ese ser creativo que llevamos dentro.

El de Rosario es diferente. Lo que me atrae (siempre) de ella es su sinceridad. Todo queda al desnudo. En este caso los procesos, las neurosis, las hipótesis, las referencias, la inspiración, el azar. Me resulta siempre contemporánea, cercana, fresca. Como si nunca se hubiera ido.

El cuarto propio en la casa de sus padres en La Pampa se vuelve laboratorio, escenario de todo aquello que narra. Entre la pandemia y la enfermedad que atraviesa (tristemente este es también el diario de sus últimos días), se entrevé algo del encierro y de la imposibilidad que nunca son un obstáculo para atender los proyectos que va sembrando en simultáneo. Ganas de hacer intercaladas con cansancio. Momentos de productividad que se contrarrestan con descanso.

La otra cosa que me atrae (siempre) de Rosario es su naturalidad. Su escritura, su manera de mirar todo lo que la rodea, tiene el ritmo natural de la respiración.

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Hey. Acá Javier. Volví al teclado.

“Con Rosario siempre tuvimos una relación muy autónoma”, me dice Francisco Garamona —creador de Mansalva (una de las editoriales más interesantes de la actualidad)— cuando le pregunto sobre la relación de editor y autora que lo ligó con Bléfari.

Sigue: “Me acuerdo que cuando sacamos el primer tomo de diarios, el Diario del dinero, yo había leído un posteo que ella publicó en Facebook y me había interesado mucho, y le pregunté si tenía más material por el estilo y ella me dijo que sí. Se puso a trabajar y a armar ese Diario. Ella eligió separarlo por fechas que no fueran cronológicas: una entrada podía ser del año ’80 y la siguiente del año 2000”.

“Así que ella trabajaba con total independencia, con su material, como muchos autores. Hay libros que necesitan más intervención del editor y hay libros que ya vienen terminados y cincelados. Y en el caso de Rosario era completamente terminado”.

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LUNES 10 DE FEBRERO DE 2020

Cuando comencé este diario, los primeros días de enero de este año, sabía que iba a escribirlo en el contexto de una época en la que los diarios personales estaban –tal vez desde hacía rato– a la orden del día. Como lectora, siempre me interesaron y yo misma estoy esperando que salga de la imprenta uno propio, se llama Diario del dinero y lo edita Mansalva. Unos meses antes, Gourmet Musical editó el diario de un músico amigo, Alejo Auslender, donde da cuenta de las aventuras y desventuras de las presentaciones en público de su banda Deportivo Alemán. También una amiga actriz, Susana Pampín, está terminando su Diario del Tigre, que voy leyendo mientras lo escribe y corrige, en este caso se trata de una ficción en formato de diario personal en la que utilizó las anotaciones de sus días de descanso en el Delta a lo largo de varios años.

Sabía que mi diario de la dispersión se transformaría en un diario más, pero nunca imaginé que sería un diario más entre todos los que hoy se están escribiendo: el de los días de la pandemia y la cuarentena. Me pregunto si será inevitable que esta entrada de mi diario deje al descubierto los anillos de circunstancias en las que se escribe, entre ellas la principal, la que dejó de ser una circunstancia personal. O tal vez no sea inevitable. Así como después de escribir el diario del dinero descubrí que siguiendo ese tema estaba siguiendo de soslayo otros asuntos, podría omitir todo lo que se refiere a calles desiertas, silencio, miedos, lectura de noticias y referencias a los análisis apocalípticos, políticos, ecologistas o espirituales de filósofos y artistas. Tal vez mi diario de la dispersión pueda armonizar en el coro de voces omitiendo las referencias directas. De todos modos, considero que es parte de este diario comenzar con estas cavilaciones porque un verdadero diario de la dispersión es también un diario del diario.

[Fragmento de Diario de la dispersión]

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Francisco Garamona, de Mansalva, es el editor detrás de los dos diarios.

—¿Qué clase de autora era Bléfari, desde lo literario?
F. Garamona:—Creo que Rosario era una autora transdisciplinaria, que viniendo de la música, del teatro iba hacia la plástica, hacia la poesía, hacia lo autobiográfico, pero manejando todas esas herramientas que hacen que el texto se dispare hacia múltiples direcciones y haga que su escritura vibre permanentemente y esté siempre viva.

—¿Cómo fue el proceso de edición de este nuevo libro, Diario de la dispersión?
—El Diario de la dispersión fue el texto que ella estuvo escribiendo en los últimos meses de su vida. Las primeras entradas salieron en La Agenda y [luego de su fallecimiento] yo sabía que ella ya lo tenía escrito por completo, y en el trabajo de recuperación e investigación de los archivos nos ayudó muchísimo Fabio Suárez, su pareja. A partir de múltiples inmersiones en los archivos de la computadora de Rosario, él fue dando con el libro por completo, que estaba todo disperso. Gracias a su amoroso y comprometido trabajo, y a su dedicación, el libro pudo ver la luz.

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Cambiando de tema… otro diario. Me refiero al recién aparecido Diario de la Filmoteca (Blatt & Ríos), del crítico de cine Fernando Martín Peña. En la casa en la que vive, los rollos fílmicos se amontonan por miles y cubren cada espacio del lugar. Peña recolecta lo que otros tiran o abandonan y lo guarda: a pesar de décadas de luchas y reclamos, Argentina no posee una institución oficial que se encargue de la conservación de su cine.

Diario de la Filmoteca es, según leo, el registro de un universo en extinción, una bitácora del trabajo de arqueólogo empecinado que lleva adelante Peña. Narra cada película de su archivo que ve y las circunstancias en las que se hizo de las copias. Es el libro de un cinéfilo que le da cauce a su erudición, y el de un crítico que comparte su concepción del cine y a través de su curiosidad intenta pensar todo de nuevo. Es el libro de un apasionado: se colecciona para compartir, para conservar, para apreciar y para que todos tengamos acceso.

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Vengo siguiendo la newsletter de Austin Kleon, un escritor y dibujante que es conocido por su libro Roba como un artista, donde comparte diez principios para descubrir tu lado artístico —parte de lo que Malena mencionaba como “la cantidad de bibliografía que hay acerca de esto que no sé cómo llamar: ¿nueva disciplina? ¿moda?, de la creatividad”—.

En una vieja entrada, Kleon se refiere al poder de los diarios de lectura como herramientas para hacer amigos nuevos:

Lleva un diario de lecturas y comparte tus libros favoritos con los demás (eso te llevará a más libros). La faceta social de toda esta rutina: leer y compartir para hacer de ésta una experiencia que incluya a más personas. No hace falta que sea en internet, pero evidentemente la red nos lo pone más fácil: en twitter, goodreads, facebook, etc.

Si lo hacés, contame tu experiencia =)

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“No importa a dónde voy ni cuántos meses me quedo, antes de pensar en mudanzas siempre me inquieta la misma pregunta, ¿habrá una buena mesa de trabajo? Estas son las mesas que me acompañaron estos últimos años por Berlín, Barcelona y Lago Puelo. Sagrados controladores aéreos.”

Samanta Schweblin subió fotos a su cuenta de Instagram mostrando algunas de las mesas en las que trabajó. Hay computadoras grandes y pequeñas, tazas de té, versiones corregidas en el margen y muy buena luz natural.

Aunque no es un diario, este posteo tiene algo de intimidad y de cronología y me interesó muchísimo porque me dejó una conclusión: no podés hacer las cosas bien si los cimientos están mal… los cimientos del proceso creativo de la escritura son el comienzo de la escritura.

Sale los martes

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Javier